Reconectando con el Ser

 

¿Por qué será que tengo la impresión de que, espiritualmente hablando -desde un punto de vista del despertar- todavía nos quedan muchos regalos por descubrir?

 

Hace un rato lavando (una magnífica forma de meditar al igual que planchar, fregar, caminar o cualquier acción que hagas de manera automática pues la mente vuela y va a algún otro lugar) me ha venido otra reflexión, que podía haber grabado como muchas otras que me vienen, pero, he decidido encender el ordenador y ponerme a transmitirlo en papel.

 

Bien, al principio de la pandemia todo fue un caos, nos asustamos muchísimo y era como una especie de guerra de las galaxias donde todo el mundo partía. Dantesco. Ahora debemos de estar en una situación pareja pero el ciudadano de a pie no lo ve. Ya no nos están hiriendo 24 horas con imágenes que jamás deberían de haber puesto, sí estar informados, no perder el respeto por el derecho a la imagen o a la privacidad de tantas personas enfermas…

 

Pero no van por ahí los tiros, ésa es mi opinión como todo lo que escribo.

 

Hoy en día, todo el mundo hace lo que puede. Hay unas nuevas normas que están para cumplirlas, pero si tienes la suerte -dentro de esta supuesta normalidad- vas a trabajar, comes, paseas o quedas. Lo de siempre, lo que se puede hacer sin quebrantar las normas, pero con la mascarilla.

 

Cuando todo comenzó en marzo, la gente más espiritual pensó que toda esta situación era un gran regalo (yo incluida). Por fin el ser humano se humanizaba, volvía a ser humano, se conectaba con su corazón, se solidarizaba y nuevas y buenas acciones se emprendían. Nunca un país o unos continentes habían sido tan solidarios los unos con los otros, jamás que yo recuerde en estos 50 años de existencia.

 

Pues bien, desgraciadamente, en cuanto todas las imágenes dantescas desaparecieron de nuestras vidas y telediarios, de prensa y televisión y llegó el calor y la nueva vida… todo se desmadró, pero no quiero referirme a eso: todas las buenas acciones se desvanecieron, desaparecieron y el ser humano, de nuevo tras el susto y vuelta a la normalidad, volvió a tomar las riendas de su antigua vida. Y con ella, los malos hábitos y esas sombras que debían de haber sido transmutadas en estos meses pero que, a la vista de lo que sucede hoy, no sucedió.

 

Todos somos los de antes, ¿o no?

 

Espero que si tú estás leyendo esto seas de los míos, de los que sabemos que detrás del horror, dolor y muertes en todo el mundo hay un cambio gigante de vibración, una ética nueva, un saber estar y comportarse, compasión y amor.

 

Quizás, en mi inocencia de pensar que todo sería diferente tras estos meses y la decepción de que la gente no cambie y vuelva a las andadas tras el susto hay algo que, dentro de lo grave que está sucediendo y que realmente no deberíamos de hacer pues, aunque no nos pongan 24 horas las imágenes o nos digan la situación real, es esto: si cientos de jóvenes se rebelan y hacen botellón -aunque supongo que no tienen madurez ni consciencia-, si todo el mundo está en la calle en terrazas hasta la hora límite, con frío o calor, mi reflexión es ¿no estaremos ganando otra batalla encubierta que, como un primer paso para una humanidad deshumanizada, ésta quiere, necesita y disfruta estando de manera presencial con los seres que ama en vez de estar jugando encerrados a videojuegos o conectados a redes sociales como autómatas?

 

Pues si dentro de todo lo malo, espantoso y dantesco, en primer lugar, socializamos y nos comportamos como humanos sintiendo que queremos ver y estar con las personas que nos importan, quizás un segundo paso sería conectar -ya no con los demás- sino reconectar con nuestra esencia divina, con nuestra alma y al hacerlo, comenzar a andar por un camino mucho más sano y saludable para la humanidad que hace tiempo perdió los valores intrínsecos del ser humano: reconéctate.